La disociación puede definirse como una desconexión que se produce entre elementos que están unidos entre sí. Según el DSM-V (Manual Diagnóstico de los Trastornos Mentales) los trastornos disociativos se caracterizan por una interrupción y/o discontinuidad en la integración normal de la conciencia, la memoria, la identidad propia y la subjetiva, la emoción, la percepción, la identidad corporal, el control motor y el comportamiento.
Las causas se asocian a traumas, especialmente a aquellos que se originaron en etapas tempranas de la vida (infancia y/o adolescencia) debido a abuso sexual, físico o de poder, negligencia y/o maltrato (físico y/o psicológico). También puede deberse a traumas relacionados con desastres naturales, muertes, accidentes, etc. En esos momentos puede resultar adaptativo para la persona disociar. No obstante, si esta respuesta persiste durante mucho tiempo, puede acabar convirtiéndose en un trastorno disociativo.
Ocurre cuando el sistema no puede integrar o procesar todo aquello que está experimentando, algo que sucede cuando la intensidad emocional ante la situación vivida satura nuestro sistema de procesamiento de la información y lo bloquea. Cuando la emoción es muy intensa se activa el sistema de supervivencia y se “entiende que lo demás no importa”.
Los seres humanos estamos preparados para que nuestra corteza cerebral procese todo aquello que vivimos. Para procesar todo lo que conlleva una experiencia, lo que he visto, escuchado, olido, cómo me he sentido, que ha pasado en mi cuerpo, que he hecho, que he pensado, etc. Estamos preparados para procesar e integrar toda esta información al mismo tiempo y guardarla en la memoria de una forma adaptativa.
Según Porges (2003) cuando una situación es detectada como peligrosa o perjudicial, se activará el sistema de defensa del organismo, poniendo en marcha en primer lugar las respuestas defensivas de movilización (lucha/huida) en las que se activa el sistema nervioso simpático. Si esto no funciona, si el sistema detecta que no puede defenderse de esta forma, se pondrán en marcha respuestas más primitivas (congelamiento y sumisión).
La disociación es otra forma de protegernos ante una situación en la cual no se pueden poner en marcha otras respuestas. Dicho de otra forma, ante ciertas situaciones, el organismo detecta que en ese momento, la disociación, es la respuesta más adecuada.
Sin embargo, es importante aclarar que, de forma natural, todas las personas tenemos respuestas disociativas en diferentes momentos y por diversas razones, y cuando estas se dan con poca frecuencia y baja intensidad, no debemos alarmarnos. Nos puede suceder si estamos cansados, si estamos expuestos durante un tiempo a baja estimulación, o sí estamos viviendo una situación de estrés. Algunos ejemplos de estos casos, sería cuando vamos conduciendo por una autovía durante mucho tiempo y perdemos la noción del tiempo, cuando vamos por una carretera conocida y no soy muy consciente de cómo he llegado a algún sitio, o cuando simplemente nos despistamos y olvidamos conversaciones en algún momento en el que estábamos bajo estrés o cansados. Ahora bien, esto deja de considerarse dentro de la normalidad cuando la frecuencia y la intensidad aumenta y se generaliza a más situaciones, si por ejemplo, me cuesta reconocerme al mirarme al espejo o siento el entorno en el que estoy como extraño, si hago o digo cosas que con frecuencia y sin razón aparente, olvido haberlo dicho o hecho, si tengo emociones que no controlo, que no se por qué las siento o de dónde vienen.
Cuando esto último empieza a suceder, es importante pedir ayuda y consultarlo con un especialista.