Algunas de las preguntas que la mayor parte de las personas se hacen al pensar en el comportamiento humano, son ¿por qué? ¿por qué esa persona está siempre activada? ¿por qué está otra parece que vive a cámara lenta? ¿por qué esta persona es tan tímida y está otra tan extrovertida? Y lo que más curiosidad suscita es ¿por qué yo soy así? ¿por qué me siento o me comporto así?
La respuesta ante estas preguntas es tan sencilla y tan compleja como que nuestra manera de pensar, sentir y comportarnos, tiene que ver principalmente con la GENÉTICA y la EXPERIENCIA.
Las personas nacemos con un temperamento (predisposición genética) el cual depende de la herencia de los genes de los padres, y de todo lo que haya pasado durante la gestación (consumo de fármacos y/o tóxicos, falta de cuidados, nivel de estrés…), lo que conocemos por factores prenatales. Esto interacciona con los genes y configura el temperamento, el cual determinará el cómo reaccionamos a las diferentes experiencias y/o situaciones.
Existen personas cuyo sistema nervioso es como un mar bravo, cuyas olas son grandes y muy frecuentes, esas olas que parecen que no paran nunca. En cambio, hay otras cuyo sistema es como un lago, tranquilo y en el que sus aguas se mueven con determinados estímulos, de por sí, está tranquilo. Como parece evidente, ante una misma vivencia estos dos sistemas reaccionarán de una forma diferente.
Por ello, es fundamental tener en cuenta como funciona el sistema de una persona, y como yo digo a mis pacientes, «puedes regularte, siempre puedes y lo vas a conseguir, sólo que tu necesitas un crucero y quizás a otro le basta con un pequeño barco».
Por otro lado, y quizás más importante si cabe, tenemos nuestra experiencia. Nuestra personalidad (creencias, afectividad, comportamiento) se va a ir conformando a lo largo de nuestra vida mediante la interacción de la experiencia con nuestra predisposición genética.
Independientemente de nuestra genética, el ser humano nace con una “mente vacía”, tenemos que aprender prácticamente todo, y la REGULACIÓN EMOCIONAL es un aprendizaje más.
¿Y CÓMO APRENDEMOS ESTO?
Siempre de un otro. Durante nuestra infancia necesitamos necesariamente un entorno seguro y unos cuidadores saludables para que aprendamos a regularnos de manera adecuada.
¿A QUÉ ME REFIERO CON REGULARSE DE UNA MANERA ADECUADA?
Las personas nacemos programadas para buscar la homeostasis, de manera que si a lo largo de nuestra vida no hemos tenido experiencias reguladoras satisfactorias y hemos vivido en un entorno perturbador y/o estresante, nuestro sistema nervioso intentará llegar al equilibrio de diferentes formas. Así, hay personas que desarrollan estrategias de evitación (no expresión de emociones, consumo de sustancias…) buscando alejarse de todo aquello que les inquieta y les produce malestar. Otras comienzan a desarrollar un repertorio de estrategias de control sobre el entorno, sobre ellas mismas y/o sobre las personas que están a su alrededor, en una búsqueda de seguridad y de sostén (la falta de regulación interna buscan encontrarla fuera). Hay otras que se aferran constantemente a otra u otras personas, pues tienen la firme creencia que nada pueden hacer si no hay otro que los “supervise” (dependencia emocional). Y por último, hay personas que conforman un mecanismo llamado disociación (desconexión) cuyo objetivo es alejar de la conciencia recuerdos, experiencias vividas, incluso partes de sí mismas.
Estas maneras de llegar al equilibrio, no son adecuadas, pero quizás durante mucho tiempo garanticen nuestra supervivencia. La labor en psicoterapia es tener en cuenta el funcionamiento biológico de una persona y su historia, y con ello, ayudarla a encontrar el equilibrio de una manera saludable.